Años después, al estudiar grafología, entendí por qué a casi nadie le gustan las clases de caligrafía. Resulta que, al igual que los dibujos y el lenguaje corporal, la escritura nos permite proyectar nuestras preferencias, que a su vez reflejan nuestra personalidad. Ahora, con una hoja blanca y sin nadie que nos corrija, tomamos nuestras propias decisiones al escribir: a qué distancia del borde de la página empezar, qué tan grandes hacer las letras, si inclinarlas o escribir verticalmente, si usar cursiva o letra de imprenta, qué tan fuerte apretar el bolígrafo, a qué lado de la hoja poner la firma… Cada una de estas decisiones muestra algo de nuestra personalidad y nuestros talentos y también de los conflictos, miedos y preocupaciones que tenemos. Al escribir, nos expresamos sin darnos cuenta, de manera completa y sincera.